El Tesoro en Vasos de Barro

El Tesoro en Vasos de Barro

El Tesoro en Vasos de Barro

Me paré justo en la puerta de la casa pastoral para mirar el oscuro panorama de aquella barriada pobre donde hacía poco había llegado con mi familia. Asombrado por todo lo que ahora veía y que no observé antes. Familias llenas de violencia, niños famélicos, hijos y padres sometidos por los vicios, desesperanza, tristeza, aislamiento; todo aquello desfiló como un séquito del desaliento delante de mi corazón atribulado. Voltee a mirar a mi esposa y mis pequeños hijos y pensé cómo sería nuestra vida a partir de entonces en aquél lugar.

Incertidumbre. De eso se trataba. Ya no estaba tan seguro acerca de mí mismo. El séquito del desaliento había llenado mi corazón de desconfianza, ansiedad y múltiples preguntas. En adelante, y por espacio de los dos años que servimos en el establecimiento de la obra en aquél lugar, tuvimos lindos tiempos de tranquilidad y alegría, pero otros de profunda conmoción y desaliento. Los peligros de vivir en un contexto de pobreza, violencia, y drogas, causaron un fuerte impacto en el desarrollo de nuestra familia.

Cuando Dios nos llama, generalmente, hay un gran precio en salir de nuestra comodidad dejando los anhelos personales. Aunque suena bonito aprender otro idioma o cultura, y conocer nuevos lugares y personas, en la práctica el ministerio es una vida de disciplina y humildad, donde luchamos continuamente con nuestras propias debilidades humanas. Por supuesto, algunos contextos suelen presentar diferentes y mayores desafíos ministeriales que otros, pero en general, la creciente presencia del pecado y el sufrimiento en el mundo de hoy, demanda al mensajero del evangelio la disposición para lidiar bien de cerca con el conflicto y el sufrimiento. En este sentido, Nancy Bedford ha expresado: «Aunque nuestra misión es aliviar el sufrimiento ajeno, la consecuencia de tal compromiso no es que nuestro propio dolor disminuya; antes bien, se requiere de nosotros una amplia disponibilidad a sufrir, a ‘beber de la misma copa de nuestro Señor’ (Mc. 10:39).»1

En 2 Corintios 4:7-12, aparece una expresión muy conocida del apóstol Pablo, el “tesoro en vasos de barro”. La frase completa dice: “Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros” (v.7, NVI). Con esta frase quizá se refiere a los recipientes de barro utilizados para ocultar valores en tiempos de asedio y también a las lámparas de arcilla que se usaban para iluminar los hogares.  Con esta bella metáfora, Pablo contrasta el carácter precioso del Evangelio con la debilidad del mensajero evangélico.

La riqueza del mensaje de salvación ha sido depositada en frágiles instrumentos humanos expuestos al dolor y toda clase de conflictos. El motivo de este acentuado contraste, señala el apóstol, es que sea resaltada la excelencia del poder de Dios y no las capacidades humanas.

Los significados en el griego de algunos términos contenidos en los versículos 8 y 9 de este pasaje, con los cuales Pablo describe gráficamente su propia experiencia y la de sus compañeros de ministerio, resaltan las situaciones críticas a las cuales solemos llegar muchas veces quienes somos llamados por Dios a su obra. Entre ellos encontramos los siguientes: «Atribulados (thlibomenoi). De thlibo, prensar como uvas, contraer, estrujar… Desamparados (egkataleipomenoi). Un compuesto doble del antiguo verbo eg-kata-leipo, dejar atrás, dejar en medio del conflicto».2 Las ideas que encierran estas expresiones son las terribles situaciones que muchas veces solemos vivir en el ministerio. Hay momentos en que literalmente tocamos fondo. Sin embargo, el poder de Dios es ilimitado y siempre nos presenta una salida (1 Corintios 10:13). Por más que seamos “zarandeados como trigo” por el enemigo, nuestro ayudador jamás nos dejará solos (Lucas 22:31). Cuando Dios nos llama a su obra, Él no nos deja ni huérfanos ni carentes de los recursos necesarios para enfrentar la adversidad.

Por otra parte, muchas veces, al pensar en compartir las buenas nuevas de salvación, idealizamos un escenario donde nos ponemos a nosotros mismos en el centro como portadores del mensaje; más cuando observamos el Nuevo Testamento vemos que el centro es Cristo mismo, de quien viene todo el poder para cumplir el sagrado encargo. La fuerza no está en nosotros sino en Él. Si intentamos hacerlo por nosotros mismos ciertamente fracasaremos. No somos más que frágiles vasos de barro en quienes el tesoro del Evangelio ha sido depositado. Ignacio de Antioquía, quien fue uno de los padres apostólicos y mártir devorado por las fieras, «era conocido como Theophoros, portador de Dios».3 La gente podía ver a Jesús en él. Él portaba evidentemente el tesoro de Dios en su frágil humanidad. Ese es el llamado del Señor para cada uno de nosotros.

Cuando en los tiempos actuales, de tantos desafíos para el ministerio cristiano, nos encontramos tan agotados, cargados y ansiosos con los innumerables conflictos que se nos presentan a diario, es natural que algunas veces nos desalentemos, nos sintamos solos, y otras quizá, hasta lleguemos al punto de la desesperación. Eso es parte de nuestra frágil condición humana. Pero, hoy la palabra de Dios nos invita a que podamos poner toda nuestra esperanza en aquel que “es digno de confianza”. Él es fiel. Consideremos el maravilloso tesoro que Dios ha depositado en nosotros, y expresemos firme y gozosamente con Pablo: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo…” (1 Corintios 15:10).

Eudo Prado es pastor, docente teológico.

Notas:

1. Bedford, Nancy Elizabeth. La Misión en el Sufrimiento y Ante el Sufrimiento. En Padilla, C. René. (Ed.), Bases Bíblicas de la Misión, Perspectivas Latinoamericanas. (Barcelona, España: Editorial Kairós, 1998) p. 399

2. Robertson, A. T. Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento, Obra Completa. (Barcelona, España: Editorial CLIE, 2003), pp. 467, 468.

3. Robertson, Ibíd., p. 468.

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