Plenitud en Cristo

Plenitud en Cristo

plenitud en Cristo

Como hijo de pastor nazareno crecí escuchando cantar el himno: “Maravillosa gracia, vino Jesús a dar. Más alta que los cielos, más honda que la mar. Más grande que mis culpas, clavadas en la cruz. Gracia que sacia el alma con plena salvación. Gracia que lleva al cielo. Es la maravillosa gracia de Jesús”. El Director de Alabanza tenía en una mano el himnario abierto y agitaba entusiastamente la otra, animando a la congregación. En el coro, las personas se dividían en dos grupos, las voces se intensificaban y se establecía un diálogo coral cuya letra traspasaba el alma. Con júbilo  y las manos levantadas en señal de victoria, la congregación terminaba cantando: “Alabaré su dulce nombre por la eternidad”.  Qué letra profunda, qué verdad eterna, qué regalo inmerecido!

La vida cristiana es un peregrinaje, un largo camino de obediencia, una jornada de aprendizaje continuo, una experiencia creciente y formativa que es enriquecida en cada paso por la obra de la maravillosa gracia de Dios. Esa gracia que actúa a través del Espíritu en el despertamiento de nuestros pecados, se hace efectiva por la fe en el sacrificio de Cristo para nuestra salvación y santificación, y continúa obrando a lo largo de nuestra vida hasta la glorificación.

El Artículo de Fe X de la Iglesia del Nazareno afirma que, “creemos que la gracia de la entera santificación incluye el impulso divino para crecer en gracia como discípulo semejante a Cristo. Sin embargo, este impulso se debe cultivar conscientemente, y se debe dar atención cuidadosa a los requisitos y procesos del desarrollo espiritual y mejoramiento de carácter y personalidad en semejanza a Cristo”[1].

Ser como Jesús es el desafío de cada día y esa es la jornada de la gracia.

El camino hacia la plenitud: el propósito de Dios para todo creyente

“…el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6)

La iglesia en Filipos fue la primera comunidad cristiana que Pablo estableció en Europa Oriental. A pesar de las adversidades que estos creyentes enfrentaron en esa ciudad fueron una iglesia ejemplar, fiel y generosa. Habían creído en Jesús y estaban dando testimonio de su fe frente a la hostilidad, pero cuando el apóstol les escribe esta carta les manifiesta que tenía la convicción profunda que el Señor aún seguía trabajando en ellos.

Cuando pensamos que ya hemos alcanzado un determinado nivel espiritual, Dios siempre tiene un peldaño nuevo para crecer. El sendero del creyente hacia la plenitud de vida nunca es estático sino está rodeado de experiencias nuevas y dinámicas.

En su ministerio público, Jesús manifestó con claridad su propósito redentor cuando dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10).  Los primeros capítulos de Génesis muestran el contraste entre la perfección del acto creador que se evidencia en el diseño divino de una vida armoniosa, fructífera y plena en todos los órdenes y la tragedia del pecado que produjo daños no solamente en el área espiritual sino que también alteró la armonía de las múltiples relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con sus prójimos y con la Creación.

Pero Dios no se quedó paralizado ante los estragos del pecado sino que su proyecto divino siguió vigente para redimir a toda su Creación (Col.1:20) y transformar la vida humana en todas sus dimensiones, de modo que todos sin distinción de nacionalidad, cultura, raza, sexo o condición social, disfrutemos de la vida plena que Dios ha hecho posible por medio de Jesucristo en el poder del Espíritu[2].  

El discipulado cristiano: un estilo de vida

“…creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” 2º Pedro 3:18

¿Qué distingue a un discípulo cristiano? Sus marcas son la confesión radical que Jesucristo es el Señor de la totalidad de su vida y su compromiso de seguirle fielmente cada día (Rom.10:9).  En términos wesleyanos esa es la esencia de la perfección cristiana que está referida a la  “... pureza de intención, dedicación de toda la vida a Dios.  Es darle a Dios todo nuestro corazón, permitir que El gobierne nuestra vida”[3]

En esa perspectiva, el discipulado cristiano no es solamente una experiencia cognitiva de adoctrinamiento en los rudimentos de la fe, sino un estilo de vida en el Espíritu que acompaña al creyente transformándolo a través de la gracia santificadora en la imagen de su Señor.

Si Dios ha provisto su gracia inmerecida para nuestro crecimiento, entonces, ¿cuál es nuestro rol? ¿debemos esperar pasivamente que su gracia nos perfeccione? Al contrario, siendo conscientes del propósito divino de transformarnos de gloria en gloria (2º Cor. 3:18), debemos ser intencionales en la búsqueda de todos los recursos posibles que Dios puede usar para ese desarrollo.

Para Wesley, los medios de gracia eran canales divinos para comunicar su don inmerecido y ayudarnos a sanar todos los aspectos distorsionados por el pecado[4]. En ese sentido, la observancia de los mismos se convierte en una fuente de crecimiento en la gracia.  En ese camino, el creyente no aspira a independizarse del Maestro, sino que a medida que avanza en su peregrinaje descubre que más necesita de Su presencia y de la gracia divina. La madurez cristiana se distingue por una dependencia mayor y absoluta de Jesús. (Jn. 16: 5).

La gracia y el sufrimiento: compañeros del peregrinaje

“… todo lo que me ha sucedido en este lugar ha servido para difundir la Buena Noticia” Fil. 1:12 (NTV)

Relacionar la gracia, el gozo y el dolor pareciera ser una contradicción, porque vivimos en un mundo que se resiste al sufrimiento. Huimos de cualquier situación que pueda generarnos algún tipo de dolencia, y muchas veces medimos la calidad de nuestra vida espiritual a la luz de la ausencia de las dificultades. No hemos aprendido a valorar el aporte que el valle del dolor, puede traer a nuestra madurez.

El Nuevo Testamento da reiteradas evidencias del significado del sufrimiento como un instrumento divino para el perfeccionamiento en la vida cristiana (Rom. 8:18; 1º Ped.1:7, Heb. 11:39-40). Santiago afirma claramente que la cadena formada por la prueba, fe y paciencia contribuye a nuestra perfección y plenitud (Sant. 1:2-4).

Es necesario aclarar que esto no se refiere a que el creyente deba convertirse en un masoquista que busca la autopenitencia como el camino para purificarse espiritualmente; sino que es alguien que cree en un Dios Soberano y presente, que camina con nosotros y redime las situaciones más dolorosas para formar nuestro carácter. Y eso también es evidencia de su gracia.

Cuando Pablo escribe la carta a los filipenses estaba preso, sabiendo que podía morir. Estaba sufriendo por la causa del Evangelio, sin embargo, podía reconocer que todo lo que le había ocurrido tenía un propósito mayor. Sufrir sin reconocer que Dios tiene un plan nos lleva al desconsuelo, pero ver Su Presencia aún en medio de la bruma del dolor nos hace descansar y ser perfeccionados por su gracia.

Nuestro supremo llamado: Ser como Cristo

El eje medular de la epístola a los Filipenses es el himno cristológico del capítulo 2:5-11 que resume magistralmente la encarnación, obra, muerte, resurrección y exaltación del Señor. Pablo invoca a los creyentes filipenses a imitar ese mismo sentir (2:5) y evidenciarlo en su constancia (1:27-30), la armonía y la humildad (2:2-3).

La aceptación del señorío de Jesucristo es un desafío a llegar a la medida de la estatura de Su plenitud (Ef. 4:13). Esa es la meta para todo cristiano y por ello, Su gracia continúa operando en todas las áreas de nuestra vida. Knight ha señalado al respecto que, “el plan divino no es cumplido sólo por el nuevo pacto… sino también por la restauración de la imagen divina, iniciada en la regeneración, continuada en la entera santificación y que concluirá en la glorificación... Aunque la transformación final yace todavía en el futuro, el Espíritu Santo obra efectivamente ahora dentro de los seguidores de Cristo haciéndolos como Cristo”[5].

Para los cristianos, Jesús es nuestro único modelo por su vida santa ofrecida en sacrificio por amor a la humanidad y su perfecta coherencia entre su predicación y su atención a las múltiples necesidades humanas.  Por ello, el llamado a la santidad a la imagen de Cristo, no es un llamado solitario, individualista, de alcance personal exclusivamente; sino que con sus vidas transformadas por la gracia de Dios y en el poder del Espíritu, los discípulos “dejan ver” a su Maestro y anuncian las buenas nuevas de manera integral no sólo a través de sus palabras, sino en perfecto amor hacia los demás.

Cuando anhelamos ser como nuestro Maestro, podemos apropiarnos del himno “Solo Excelso Amor Divino”[6] que escribió Carlos Wesley y pedir al Señor:

Cumple ahora tu promesa, danos purificación;

en ti bien asegurados, veamos plena salvación

llévanos de gloria en gloria a la celestial mansión,

y ante ti allí postrados te rindamos devoción.

Ningún medio ni obra humana sería suficiente para pagar por nuestra salvación, santificación y nuestro crecimiento hacia la plenitud. Sólo la maravillosa y gratuita gracia de Dios hace posible que recibamos esa dádiva a través de la obra perfecta de Cristo.

Caminemos con fe y fidelidad hacia nuestro supremo llamamiento, Dios está ejecutando su plan eterno para perfeccionarnos en nuestro peregrinaje y Su gracia está operando en nosotros mediante Su Espíritu.

Jorge Julca es presidente del Seminario Teológico Nazareno en Pilar, Argentina, y coordinador regional de educación para la Región de América del Sur.

 

[1] Manual de la Iglesia del Nazareno (Lenexa: Nazarene Publishing House, 2017), 26.

[2] René Padilla y Harold Segura, ed.  Ser, hacer y decir. Bases bíblicas de la misión integral. (Buenos Aires: Editorial Kairós, 2006). 8.

[3] Juan Wesley. La Perfección Cristiana. (Kansas City: Casa Nazarena de Publicaciones, 1978), 118.

[4] Obras de Wesley Tomo I. Sermón: Los Medios de Gracia. (North Caroline: Wesley Heritage Foundation Inc, s.f.), 313-332.

[5] John A. Knight.  A Su Imagen. El Plan de Dios para restaurar su imagen en los hombres.  (Kansas City: Casa Nazarena de Publicaciones, 1979),  p. 166.

[6] Obras de Wesley. Tomo IX. (North Caroline: Wesley Heritage Foundation Inc, s.f.), 243.

 

 

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