La Historia de María y Flora

La Historia de María y Flora

La Historia de María y Flora

Nadie decide ser mártir cristiano. El martirio tampoco recae sólo sobre los fuertes y valientes. Ocurre cuando las autoridades piden una sumisión que un cristiano no puede dar. No se trata de morir. Se trata de la fidelidad a Aquel que es tu único puente hacia la vida.

María y Flora vivieron en la Edad Media, cuando los musulmanes no solo capturaban tierras sino que también forzaban la conversión al Islam. Las historias de estas dos mujeres, las primeras mártires cristianas en España, son poderosos testimonios de lo que significa la fe anclada. Cuando consideramos nuestra nube de testigos, María y Flora se destacan en el círculo.

El padre de María era cristiano, pero su madre había sido musulmana. Finalmente, la madre de María se convirtió al cristianismo. Con el cuartel general musulmán en Córdoba a más de 300 millas de donde vivían en el lado mediterráneo de España, la familia esperaba estar a salvo. Pero no estuvieron. Se mudaron a un pueblo más pequeño para el anonimato. Después de la muerte de la madre de María, el padre envió a María al convento de Cuteclara mientras su hijo iba al monasterio.

Dos acontecimientos marcaron a María. Una fue una historia de Artemia, la madre superiora del convento, que vio a los musulmanes ejecutar a sus dos hijos y, sin embargo, permaneció aún más fiel a Cristo después de eso. El otro involucró a su hermano Walabonsus, quien fue nombrado supervisor del Convento Cuteclara después de graduarse del monasterio. Desafortunadamente, su nuevo papel más visible trajo vulnerabilidad y el 16 de julio de 851 d.C., los musulmanes ejecutaron a Walabonsus.

No fue simplemente el dolor lo que experimentó María. Ella se volvió aún más decidida a vivir su fe cristiana, tal vez no tan audazmente como para llamar la atención, pero con la resolución de nunca negarla.

Mientras María estaba formando los límites para futuras decisiones, otra mujer estaba en un viaje paralelo. Flora tenía una madre cristiana y un padre musulmán. Cuando su padre murió, su madre comenzó a enseñarle a la joven Flora sobre el amor de Dios que vino a la tierra en forma humana como el regalo de la salvación y la promesa de la vida eterna. Su hermano, un musulmán devoto, le hizo la vida insostenible a su hermana. Flora escapó para buscar refugio en la iglesia de San Acisclo, donde María también había buscado seguridad. Inmediatamente las dos mujeres se unieron por la historia de su vida y su decisión de permanecer fieles a Cristo. Sacó valor del mismo fuego que le dio poder a Pedro en Pentecostés.

Cuando Flora escuchó que los musulmanes perseguían a los sacerdotes para descubrir su escondite, no podía permitir que otros sufrieran por su seguridad. María compartió la misma resolución. Ambas volvieron para comparecer ante el juez musulmán.

Eulogio, un sacerdote que se hizo amigo de María y Flora, plasmó las palabras de ella ante el juez:

He aquí, yo, a quién buscáis, estoy presente… estoy de pie sin temor, creyendo en Cristo… Esfuércense por separarme de Cristo [y] cualquiera que sea el árbitro salvaje que hayan impuesto para castigarme, he decidido soportarlo con el espíritu más bondadoso. Profeso a Jesucristo en medio de los castigos con mayor tenacidad.

Su testimonio fue una blasfemia abierta. La enviaron a la cárcel donde le dieron permiso a su hermano para obligarla a retractarse de su fe cristiana. El falló. La ataron y la estiraron, la golpearon hasta que los cortes se abrieron hasta los huesos. Ella no murió a causa de sus heridas. En cambio, después de que se curó, la llevaron de regreso a la prisión.

María también fue a la cárcel donde las palabras que aprendió de joven la alentaron: “Si alguno me ama, mis palabras guardará y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada con él”.

Cuando María se presentó ante el juez musulmán, testificó:

Yo… que una vez tuve un hermano entre aquellos magníficos profesantes, que murió denunciando a tu profeta con no ligero insulto, asevero con similar audacia que Cristo es Dios en verdad y profesó que tu… ley [es] producto de los demonios.

No habría misericordia en la tierra para aquella dos mujeres. Pasaron sus últimos días juntas en oración y ayuno pero no para salir de la prisión. En cambio, oraron para unirse a los mártires que las habían precedido. En aquella celda de la prisión no había pavor ni temor, pues ya se habían unido a Cristo y sólo esperaban un reencuentro eterno.

Ese día llegó el 24 de noviembre de 851. María fue decapitada por blasfemia y Flora por apostasía. Lo que quedaba de sus cuerpos después de que los perros hubieron comido hasta saciarse fue arrojado al río. Los restos de María fueron recuperados y enterrados en la basílica de San Acisclo. Los restos de Flora nunca fueron encontrados.

¿Cuál es el precio del martirio? ¿Separación de familiares y amigos? ¿Pérdida de vida en la tierra? María y Flora dirían “¡NO!” Dirían que el precio de no dar tú vida por Cristo es mayor que cualquier cosa que puedas perder en esta tierra.

¡Qué así sea hoy!

Debbie Goodwin es escritora independiente, oradora y directora de discipulado en su iglesia.

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