Del vaso que yo bebo, beberán

Del vaso que yo bebo, beberán

Del vaso que yo bebo, beberán

Mi jefe me llamó aparte y me dijo:

--Entiendo que están haciendo planes de salir del país para servir como misioneros. ¿Es verdad?

Efectivamente. Mi esposa y yo habíamos estado en los meses anteriores involucrados en el proceso que estaba establecido en 1985 por Misión Mundial, en nuestra denominación. Un proceso meticuloso para separar y enviar a hombres y mujeres a otros países para servir en áreas de necesidad de la iglesia. En nuestro caso, existía la posibilidad –después de cumplir otros procedimientos en el país que nos recibiría—de servir en el área de educación teológica en tres países de esa región.[1] Estábamos emocionados y convencidos que esa era la dirección de Dios.

Mi jefe continuó: --Si es por un tema de dinero, Mario, este mes estamos en proceso de incrementarte tu salario y otorgarte más beneficios. No tienes que ir a arriesgar tu vida y la de tu familia a un país con tanta inseguridad.

Me puso contento que estuvieran considerándome para un incremento en mi salario y que incluyeran beneficios adicionales en mi paquete de trabajo. Lo cierto es que no estaba disconforme con mi empleador, todo lo contrario, durante todos esos años había sentido acompañamiento y compromiso hacia mí con el llamado que tenía a prepararme para servir mejor al Señor. No tenía ninguna duda que en ese lugar Dios también me había puesto para servir y en todo momento lo hice con esa convicción, pero había llegado el momento de dar otro paso guiados por Él.

En cuanto a los riesgos, sin duda mi jefe estaba en lo cierto. Dos de nuestros misioneros nazarenos habían sido secuestrados en el país hacia donde iríamos. La inestabilidad y violencia de la guerra civil (llamado también conflicto armado interno) estaban a la orden del día y continuaría así hasta la firma del Acuerdo de Paz en 1996. Esta realidad también era similar en otros países del continente incluyendo El Salvador, adonde también estaríamos asignados.

Agradecí a mi jefe por su candorosa invitación a continuar trabajando con él en un aparente medio más seguro y cómodo. Le expliqué que mi esposa y yo habíamos orado y estábamos seguros de nuestra decisión; que ya no dependía de nosotros, sino de Dios y de la iglesia.

A mi mente acudieron dos momentos en la vida de Jesús. Uno, cuando el discípulo Pedro se oponía a que Jesús fuera a Jerusalén a padecer, morir y resucitar. Pedro declaró entonces: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca”. Fue entonces que Jesús no llamó a Pedro por su nombre, sino por el nombre de quien lo estaba usando: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.[2] El otro momento ocurre cuando otros dos de sus discípulos le pidieron al Señor tratamiento VIP: “Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.” A lo que el Señor les respondió: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” Ellos respondieron con laxitud y desparpajo: “Podemos”.[3] Como bien aclara el Evangelio, Jesús les confirma a estos dos hermanos que, efectivamente, los dos pasarían por situación de martirio y persecución como la que Él estaba próximo a experimentar. Sabemos que así ocurrió, tanto Jacobo –conocido también como Santiago— fue el primer mártir de la naciente iglesia cristiana[4] y, aunque Juan no fue martirizado, por la historia y la Biblia sabemos que soportó persecución, exilio, y padecimientos extremos.

A mi jefe no le dije: “Fuera de mí satanás”. En mi mente no tuve ninguna duda que él deseaba lo mejor para mí y mi familia. Era un hombre bueno. Seguramente, satanás pudo haber usado ese ofrecimiento para que yo pensara que podía “hacer carrera” en algo que me gustaba mucho hacer en ese tiempo de mi vida. Sin embargo, el llamado de Dios a nosotros como matrimonio y familia no era a “progresar” económicamente ni a buscar posiciones dentro de la iglesia. En el mismo pasaje de Marcos, el Señor nos deja una lección a la iglesia de hoy: “Mas Jesús, llamándolos aparte, les dijo: Saben que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”[5]

Vivimos 13 años en Guatemala y servimos en diversas responsabilidades. Nosotros y nuestros hijos pasamos por momentos de peligros y situaciones de riesgo. En alguna ocasión escribí sobre ellas y posiblemente, tendré la oportunidad de describirlas más adelante. Lo cierto ahora es que el tiempo de servicio en los siete países (y más allá) que servimos como familia fueron de bendición y de muchas batallas ganadas por la iglesia de Jesucristo. El Señor nos permitió integrar y participar en equipos de hombres y mujeres donde –cada quien—entendió que no importaba el precio, sino la causa en la que estábamos involucrados.

El ejemplo de Jesús es un llamado constante a la humildad y al servicio, sin importar las circunstancias.

Mario Zani sirve actualmente en el Distrito de Kansas City, el junto con su esposa Perla, han sido plantadores de iglesias, pastores y misioneros en el pasado                        

 

[1] Viviríamos en Guatemala, sirviendo a este país, a El Salvador y Honduras, en la Región llamada entonces México-América Central.

[2] Mateo 16:22-23.

[3] Marcos 10:38-39

[4] Hechos 12:1-2.

[5] Marcos 10:42-45.

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